Jugando a vivir

6/09/2006

De pasiones futboleras

Son épocas mundialistas y el fútbol se respira en todos lados, la mercadotecnia ha convertido un simple deporte en uno de los negocios más lucrativos. La gente compra hoy día todo lo que tenga forma o parezca balón. Pero olvidémonos de las altas esferas del balompié, de los millonarios eventos y de los reflectores. Hoy quiero referirme al fútbol que se tiene en casa, al que se vive en la intimidad del hogar, y es que todos tenemos un familiar ó persona cercana a quien le guste el fútbol. Que digo gustarle, respira, come y sueña fútbol.
Desde que yo tengo memoria he visto rodar un balón, mi padre que es aficionado de hueso colorado y mi tío Felix hicieron todo lo posible porque su humilde “servilleta”(o sea yo) se convirtiera en un buen jugador del deporte más popular del mundo. Desafortunadamente para ellos el fútbol no estaba destinado para mí.
A los 2 años tuve mi primera playera con el logo de un equipo de fútbol y la llene completamente de lodo, por supuesto se echó a perder en menos de lo que canta un gallo. A los 3 años me compraron mis primeros tacos (calzado para fútbol), los cuales terminé usando solamente un día ya que se me formaron unas ampollas de miedo y no me quedaron ganas de volver a ponérmelos. A los 7 ya tenía equipo favorito, que otra cosa me quedaba, había que antagonizar con mi padre, así que le cayó la peor de las maldiciones que pueden caerle a un cruz-azulino: el hijo le salió americanista. A los 8 me enrolaron en un equipo de la liga infantil de mi rancho, ya no recuerdo ni cuanto tiempo entrené ni como se llamaba el equipo, pero recuerdo que casi nunca me metían en los partidos, era yo muy maleta, lo reconozco, solamente me metieron dos veces, supongo que por necesidad, en una de ellas me llegó el balón de rebote por obra de quien esté allá arriba y sin pensarlo le pegué con todas mis fuerzas al mismo tiempo que cerraba los ojos; fue el único gol que metí en mi corta vida futbolera, y debo reconocer que fue una sensación infantil maravillosa. La segunda vez que el entrenador me metió al campo me puso de portero, ¡craso error!, a la primera pelota que me lanzaron… gooooool… pero del equipo contrario. Ya al terminar la primaria mi padre como que se rindió y se resignó a no tener un hijo futbolero, soy su único varón así que eso debe haber representado una gran desilusión para mi buen viejo. Ya en libertad, pude salir del closet (deportivamente hablando) y encaminarme por el deporte que más me gustaba: el voleibol. “Un deporte donde no hay contacto es un deporte de niñas” me increpaban, pero como dicen: a palabras necias, corazón que no siente, o algo así.
Jugué voleibol por varios años y viví enormes alegrías entre las que recuerdo un campeonato de la preparatoria que gané con mis amigos en 1995.
Hoy día puedo decir que si me gusta ver el fútbol, como mero entretenimiento, de vez en cuando y si no hay otra cosa mejor que hacer. Cuando voy al rancho me encanta sentarme con mi papá a ver uno que otro partido “chafita” del fútbol mexicano, siempre deseando que no se le vaya a reventar el hígado de tanto coraje que hace. Pensándolo bien, creo que la razón más importante por la que me gusta el fútbol es porque sé muy bien cuanto lo disfruta él.