Jugando a vivir

6/07/2006

Mmmhhh ... no llegó

Y no es que hubiera creído que de verdad estaba por llegar el fin del mundo, pero algo en el resquicio más morboso de mi inconsciente esperaba que algunos eventos sucedieran, aunque fuera por coincidencia. Quizá solo para reírme de la confrontación moral que tendrían que hacer con su conciencia aquellos que hicieron tan descomunal aseveración. Es casi condición humana el firmar con tinta de sangre sobre aquello que creemos jamás sucederá y luego cuando tenemos frente a nosotros al demonio resulta que no era tan firme la convicción.

A este respecto me viene a la mente un intento de cuento que escribí hace ya muchos años, cuando estaba en la preparatoria. En él, un novel sacerdote llamado Mario mantiene una enriquecedora plática con un sobreviviente de la segunda guerra mundial de nombre Víctor. El sacerdote llega a la celda de Víctor por encargo de su mentor, quien insiste en que la verdadera preparación comienza cuando el sacerdote enfrenta “su realidad” con la multitud de realidades que rondan fuera de la iglesia. A punto de ser ejecutado, Víctor se despoja de toda armadura social y moral, en un arranque de total descaro cuestiona su joven interlocutor acerca de aspectos trascendentales de la vida, la huella que ha dejado, las ingratas causas a las que ha servido, sus miedos más profundos.

Al principio Mario no sabe que hacer, el ex-soldado alemán a punto de morir no tiene la mínima intención de perder las 7 horas de vida que le restan en lloriqueos y arrepentimientos. Está ávido de respuestas, y sobre todo dispuesto a encontrar en el recuento de su vida cualquier indicio que lo lleve a pensar que ésta no ha sido en vano. Víctor relata de manera cruda y desvergonzada todos los pactos de sangre que le dieron cauce a su existencia. Desde su incursión en una banda de adolescentes ladrones y violadores, a quienes finalmente traicionó a cambio de su propia vida, pasando por un juramento de adoración eterna a un líder religioso que terminó con el suicidio colectivo de la mayoría de sus condiscípulos, terminando con las razones que lo llevaron hasta una trinchera en el frente del ejército alemán.

“Toda mi vida he caminado con la muerte acechando sobre mi hombro, mañana al amanecer por fin conoceré en persona a mi vieja amiga”.

Durante el transcurso de la noche, Mario se contagia del tormento que observa en los ojos de Víctor y descubre el martirio propio en su interior. Se despoja un momento del halo celestial que lo enviste y se muestra hombre, sensible, curioso, crítico.

El inaplazable fin, nos arroja al vacío de la incertidumbre acerca de lo que nos espera. La muerte inminente es el mejor acicate para la mente que ha permanecido dormida evitando profundos cuestionamientos. No sirve de nada permanecer aferrado a una fe solo por el bálsamo de redención que ofrece. Al final del camino, en el último instante de la vida uno se queda solo con las armas que ha construido por propia mano.