Regalar un libro es como regalar ropa
Imagina en principio, que eres padre de tres hijos, y que un buen día mueren los tres de un solo golpe, sin aviso previo, arrancados súbitamente de la existencia.
Fue el 23 de abril de 1616 que el mundo literario sufrió semejante pérdida: Cervantes, Shakespeare y Gracilazo de la Vega partieron con rumbo desconocido no sin antes dejar al resto de los mortales su valioso legado. Debo confesar, no sin pena, que desconocía completamente este dato, que aunque no es más que una coincidencia, resulta todo un símbolo para el mundo de las letras. Se podría decir que “de golpe y porrazo” la humanidad perdió a tres de sus hijos predilectos.
La iluminación no divina, me llegó mientras veía el noticiero de Víctor Trujillo por la mañana. En entrevista con María Luisa Armendáriz se anunciaba el festival de la palabra 2006 del 22 al 30 de Abril en el DF. La plática giró en torno a la necesidad de un aumento en la calidad y cantidad de lo que la gente lee, en fin, lo de siempre. Entre la palabrería y mientras comía un platón de avena, hubo una frase que llamó poderosamente mi atención: “no les estamos pidiendo que lean, solamente que inculquen el hábito en sus hijos”, es la segunda vez que la escucho decirlo, anteriormente en un programa dominical matutino de Pablo Boullosa había hecho patente su hipótesis y la consecuente estrategia: “los adultos que no leen, ya no lo harán, es hora de pensar en los niños”.
Pensándolo un poco me parece una peligrosa osadía abandonar a su suerte a los millones de adultos que no leen, según mis fugaces elucubraciones las personas que no leen no son por ese solo hecho candidatas al depósito de cascajo.
Según mi teoría, un buen observador que además conozca de tiempo atrás a una persona puede imaginar que tipo de lectura sería capaz de entretenerle. El entretenimiento, así de vulgar y simple es el anzuelo para que las personas de acerquen a los libros, la curiosidad se hará presente después, gradualmente el lector ira probando otras cosas casi por condición humana. Pero si de entrada los primeros libros no le entretienen o no le son accesibles lo único que reinará será el desánimo y el desencanto. Comprarle un libro a una persona es como comprarle ropa, si, es extremadamente difícil. Piensa en los personajes a los que admira, en los programas televisivos que ve, en las películas que disfruta y seguramente encontraras un buen libro, que será bueno no por haber vendido millones de copias ni porque así lo manden los cánones sino porque será bueno para la persona específica que lo recibe. Ahora que lo pienso, seguramente eso fue lo que hizo mi hermana cuando un bendito día le llevo como regalo a mi padre la novela “El padrino” de Mario Puzo. Lo observó, pensó en sus gustos, en su pasado, en las películas que ve y provocó que un hombre reacio a la lectura terminara absorto en un libraco de 500 hojas. No se trata solamente de: “cómprale un libro cortito”, “uno que tenga dibujitos” o “uno que no tenga palabra rebuscadas”. Se trata de identificar algo que lo emocione y entretenga, lo demás vendrá por añadidura.
Ahora entiendo la razón por la que hace algunos años, mi madre me dijo: “no me gustó” cuando le pregunté por la lectura de “El perfume” de Süskind. Libro que yo inconscientemente le había regalado semanas antes, ¡bruto de mi! no pensé detenidamente en sus gustos.
¿A que viene todo esto? pues a que así como corren a comprar flores el 10 de Mayo y 14 de Febrero, este 23 de abril, corran a comprar un libro, para una persona a la que conozcan, a la que amen y a la que quieran entretener.
Fue el 23 de abril de 1616 que el mundo literario sufrió semejante pérdida: Cervantes, Shakespeare y Gracilazo de la Vega partieron con rumbo desconocido no sin antes dejar al resto de los mortales su valioso legado. Debo confesar, no sin pena, que desconocía completamente este dato, que aunque no es más que una coincidencia, resulta todo un símbolo para el mundo de las letras. Se podría decir que “de golpe y porrazo” la humanidad perdió a tres de sus hijos predilectos.
La iluminación no divina, me llegó mientras veía el noticiero de Víctor Trujillo por la mañana. En entrevista con María Luisa Armendáriz se anunciaba el festival de la palabra 2006 del 22 al 30 de Abril en el DF. La plática giró en torno a la necesidad de un aumento en la calidad y cantidad de lo que la gente lee, en fin, lo de siempre. Entre la palabrería y mientras comía un platón de avena, hubo una frase que llamó poderosamente mi atención: “no les estamos pidiendo que lean, solamente que inculquen el hábito en sus hijos”, es la segunda vez que la escucho decirlo, anteriormente en un programa dominical matutino de Pablo Boullosa había hecho patente su hipótesis y la consecuente estrategia: “los adultos que no leen, ya no lo harán, es hora de pensar en los niños”.
Pensándolo un poco me parece una peligrosa osadía abandonar a su suerte a los millones de adultos que no leen, según mis fugaces elucubraciones las personas que no leen no son por ese solo hecho candidatas al depósito de cascajo.
Según mi teoría, un buen observador que además conozca de tiempo atrás a una persona puede imaginar que tipo de lectura sería capaz de entretenerle. El entretenimiento, así de vulgar y simple es el anzuelo para que las personas de acerquen a los libros, la curiosidad se hará presente después, gradualmente el lector ira probando otras cosas casi por condición humana. Pero si de entrada los primeros libros no le entretienen o no le son accesibles lo único que reinará será el desánimo y el desencanto. Comprarle un libro a una persona es como comprarle ropa, si, es extremadamente difícil. Piensa en los personajes a los que admira, en los programas televisivos que ve, en las películas que disfruta y seguramente encontraras un buen libro, que será bueno no por haber vendido millones de copias ni porque así lo manden los cánones sino porque será bueno para la persona específica que lo recibe. Ahora que lo pienso, seguramente eso fue lo que hizo mi hermana cuando un bendito día le llevo como regalo a mi padre la novela “El padrino” de Mario Puzo. Lo observó, pensó en sus gustos, en su pasado, en las películas que ve y provocó que un hombre reacio a la lectura terminara absorto en un libraco de 500 hojas. No se trata solamente de: “cómprale un libro cortito”, “uno que tenga dibujitos” o “uno que no tenga palabra rebuscadas”. Se trata de identificar algo que lo emocione y entretenga, lo demás vendrá por añadidura.
Ahora entiendo la razón por la que hace algunos años, mi madre me dijo: “no me gustó” cuando le pregunté por la lectura de “El perfume” de Süskind. Libro que yo inconscientemente le había regalado semanas antes, ¡bruto de mi! no pensé detenidamente en sus gustos.
¿A que viene todo esto? pues a que así como corren a comprar flores el 10 de Mayo y 14 de Febrero, este 23 de abril, corran a comprar un libro, para una persona a la que conozcan, a la que amen y a la que quieran entretener.
¿Y los niños?, vaya cosa, los niños no son tan difíciles como los adultos, ellos solo necesitan ver a las personas que los rodean leyendo para hacerlo por imitación, luego por entretenimiento y al final por gusto.
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