¿Ayuda?, ¡claro!
Esto sucedió ayer por ahí de las 9:00 de la mañana.
Era muy temprano aún y ya me encontraba aplastado en una silla en el laboratorio, recién desempacado de mi cama y apenas tomando conciencia, echando un volado para decidir entre calificar tareas de programación o continuar trabajando con lo de un artículo. La primera opción no me emocionaba sobremanera pero era algo que tenía que hacerse.
De repente, apareció la chica que se encarga de hacer el aseo del laboratorio, le acaban de asignar este lugar hace unas cuantas semanas y poco a poco ha ido removiendo, capa por capa, el polvo acumulado desde la era de los discos de 5 ¼. Siempre trabaja con buena disposición y eso es algo que por supuesto se le agradece.
Me comentó que esta estudiando la preparatoria abierta al mismo tiempo que trabaja, y que tenía un par de problemas con su tarea, cosas muy sencillas, “seguro para ti son problemitas tontos”, me dijo. Siempre me ve dando asesoría a alumnos, así que se animó y me pidió que le dedicara un par de minutos. Sin arrogancia, pero si con toda la seguridad del mundo le pregunté: “¿cuál es tu problema?”. Trabajosamente sacó una hoja de papel arrugado de su bolsa y mientras vigilaba que nadie la viera fuera de sus labores habituales me explicó el motivo de su dolor de cabeza. Resultó que necesitaba tres cosas: definir que es un número mixto, que es una fracción impropia y explicar un método para pasar de una representación a otra.
Enseguida levantó la mirada, como esperando que las sabias palabras de un maestro en ciencias (¡JA!) le indicaran el camino a seguir, la luz, el método, la verdad. Mientras tanto, mi cabeza trabajaba a mil por hora, buscando, escarbando en los cajones más recónditos de la memoria, intentando recordar que carajo es una fracción impropia.
Entiendo cuando Blanca me habla de reglas, medio entiendo cuando Alberto me habla de modelos probabilistas, casi entiendo cuando Víctor me habla de filtros de partículas (creo), pero fracciones impropias no me sonaba.
El silencio se hizo eterno y por más que me concentré, nunca bajó dios a susurrarme la respuesta al oído. Ni modo, tuve que poner cara de “ejem, este, bueno, mira, una fracción impropia es… bueno, es como… así como cuando…”. Eso si, tampoco me gusta la farsa ni se trataba de poner en práctica el verbo cantinflear. Así que a riesgo de romper con su falsa ilusión de que entre mayor sea el grado más sabes, le enseñé lo fácil que es averiguar conceptos como ese en la red. Incluso encontramos unos dibujitos muy ilustrativos que disiparon todas sus dudas. Cuando ella se fue, no pude evitar reírme de mi mismo y de mi desatino. Nunca me he sentido más alto ni más fuerte que los demás (ni siquiera cuando como zucaritas) pero esto es un pequeño recordatorio acerca de dos cosas: la primera es que no importa cuanto estudies, siempre habrá gente preguntona que ponga en evidencia tu Alzheimer y no hay porque apanicarse, la segunda es que lo único que vale la pena aprender de memoria es el propio nombre y la dirección. Digo, por aquello de que hay algunos que de repente despiertan sin saber donde están y dicen: “¿Qué?, ¿A dónde me llevas?” cuando en realidad ya los traen de regreso (el que entendió, entendió).
Era muy temprano aún y ya me encontraba aplastado en una silla en el laboratorio, recién desempacado de mi cama y apenas tomando conciencia, echando un volado para decidir entre calificar tareas de programación o continuar trabajando con lo de un artículo. La primera opción no me emocionaba sobremanera pero era algo que tenía que hacerse.
De repente, apareció la chica que se encarga de hacer el aseo del laboratorio, le acaban de asignar este lugar hace unas cuantas semanas y poco a poco ha ido removiendo, capa por capa, el polvo acumulado desde la era de los discos de 5 ¼. Siempre trabaja con buena disposición y eso es algo que por supuesto se le agradece.
Me comentó que esta estudiando la preparatoria abierta al mismo tiempo que trabaja, y que tenía un par de problemas con su tarea, cosas muy sencillas, “seguro para ti son problemitas tontos”, me dijo. Siempre me ve dando asesoría a alumnos, así que se animó y me pidió que le dedicara un par de minutos. Sin arrogancia, pero si con toda la seguridad del mundo le pregunté: “¿cuál es tu problema?”. Trabajosamente sacó una hoja de papel arrugado de su bolsa y mientras vigilaba que nadie la viera fuera de sus labores habituales me explicó el motivo de su dolor de cabeza. Resultó que necesitaba tres cosas: definir que es un número mixto, que es una fracción impropia y explicar un método para pasar de una representación a otra.
Enseguida levantó la mirada, como esperando que las sabias palabras de un maestro en ciencias (¡JA!) le indicaran el camino a seguir, la luz, el método, la verdad. Mientras tanto, mi cabeza trabajaba a mil por hora, buscando, escarbando en los cajones más recónditos de la memoria, intentando recordar que carajo es una fracción impropia.
Entiendo cuando Blanca me habla de reglas, medio entiendo cuando Alberto me habla de modelos probabilistas, casi entiendo cuando Víctor me habla de filtros de partículas (creo), pero fracciones impropias no me sonaba.
El silencio se hizo eterno y por más que me concentré, nunca bajó dios a susurrarme la respuesta al oído. Ni modo, tuve que poner cara de “ejem, este, bueno, mira, una fracción impropia es… bueno, es como… así como cuando…”. Eso si, tampoco me gusta la farsa ni se trataba de poner en práctica el verbo cantinflear. Así que a riesgo de romper con su falsa ilusión de que entre mayor sea el grado más sabes, le enseñé lo fácil que es averiguar conceptos como ese en la red. Incluso encontramos unos dibujitos muy ilustrativos que disiparon todas sus dudas. Cuando ella se fue, no pude evitar reírme de mi mismo y de mi desatino. Nunca me he sentido más alto ni más fuerte que los demás (ni siquiera cuando como zucaritas) pero esto es un pequeño recordatorio acerca de dos cosas: la primera es que no importa cuanto estudies, siempre habrá gente preguntona que ponga en evidencia tu Alzheimer y no hay porque apanicarse, la segunda es que lo único que vale la pena aprender de memoria es el propio nombre y la dirección. Digo, por aquello de que hay algunos que de repente despiertan sin saber donde están y dicen: “¿Qué?, ¿A dónde me llevas?” cuando en realidad ya los traen de regreso (el que entendió, entendió).
1 Comments:
Una vez más queda demostrado que "Lo importante no es saber, sino tener el teléfono de quien sabe". O en este caso, una máquina con conexión a internet ;)
By Cinhtia, at 7:04 p.m.
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