Extrañas sensaciones
Seguramente todos hemos experimentado alguna vez esa extraña sensación de que algo o alguien esta siguiéndonos, esa incomodidad que no termina de hacerse manifiesta pero que permanece de cualquier modo. ¿No?, bueno, pues a riesgo de parecer un destornillado déjenme decirles que el domingo pasado algo muy extraño rondaba cerca de nosotros.
Nos fuimos desde el sábado con motivo de la despedida de Omar y Rocío, el próximo mes parten hacia el otro lado del charco, ella estudiará su doctorado en el sur de Inglaterra, todos les deseamos de corazón que les vaya muy bien, estoy seguro que será una experiencia magnífica.
La noche del sábado transcurrió sin desavenencias, el aire se respiraba nostálgico y todo fluyó entre risas y sarcasmos. Nosotros nos quedamos en casa de Karla y Juan quienes amablemente cedieron parte de su espacio para que descansáramos. Ya entrada la tarde del domingo decidimos que era hora de regresar a la ciudad de la no tan eterna primavera ya que últimamente el clima ha estado enloquecido.
Nos trepamos en el coche, cristales arriba, seguros abajo y cinturones alrededor del cuerpo, todo sea en gracia de nuestra seguridad.
El viaje que siguió fue de lo más extraño que me ha tocado vivir. No bien habíamos salido de la colonia de Karla y Juan cuando un loco en una destartalada camioneta blanca nos rebasa pasando muy cerca y casi le pega a un coche rojo delante de nosotros, yo apreté los dientes, el conductor de la camioneta siguió sin aminorar la velocidad y metros más adelante derrapó en un cerro de tierra que por poco lo hace perder el control. Una patrulla lo ve y le da alcance para pedirle que se detenga, ambos autos de desvían por una lateral dejándonos con el corazón acelerado y los ojos bien abiertos. Ya no vimos en qué terminó el asunto.
Tomamos el periférico y nos subimos a la autopista, todo perfecto, camino despejado, carretera siglo XXI, vuelta hacia Cuautla, en fin, lo de siempre.
Faltaban poco kilómetros para llegar a Cuautla cuando repentinamente los autos delante de nosotros se detienen bruscamente, hubo quemones de llantas, por fortuna yo conservaba mi distancia en ese momento. Metros más adelante podía verse un taxi hecho pedacitos y un camión mediano volteado sobre su costado a la orilla de la carretera, al siguiente instante comenzaron a salir del camión volteado sus ocupantes todavía desconcertados por el impacto. El tráfico comenzó a avanzar y justo cuando pasábamos el conductor del taxi estaba a punto de ser linchado por los que recién se habían bajado del camión, al parecer la culpa fue del taxista. Con los nervios de punta por tanta tensión seguimos nuestro camino, a esas alturas ya literalmente con el trasero en conserva.
Antes de llegar al cañón de los lobos opté por rebasar a un camión que venía a baja velocidad, es una carretera con dos carriles para cada sentido, así que el rebase por la izquierda debía ser cosa de rutina. Así habría sido, de no ser porque al conductor del camión se le ocurrió “abrirse” hacia su izquierda sin fijarse. La consecuencia fue un tremendo susto, Gwendy brincó, yo frené y luego de sentir que ya la habría librado descargué un poco de tensión con el claxon.
Cruzamos cañón de los lobos sin problemas, tomamos el atajo por Jiutepec o Juitepec, como se llame, y salimos detrás de Lomas de Cuernavaca, de repente, un coche blanco más viejo que yo sale de una calle y de no ser porque nuevamente usé el claxon nos habría pegado. Bueno, pensé, ya estamos a punto de llegar.
Pues justo media cuadra antes del Tec rebaso a un coche destartalado y en el momento preciso en que comenzaba a sentirme ya dentro de la cochera escuchamos un ruido seco, disminuí la velocidad y al voltear hacia atrás: era el coche que acababa de rebasar subido en la banqueta.
Con tanto susto llegamos más cansados que de costumbre, un poco desvelados también por la fiesta, pero al día siguiente aún cargaba con el peso de tanta tensión, era una sensación extraña, todo pasó en el camino, fue como ver expuesta la fragilidad que implica el viajar en carretera. No me gustó la sensación, fue como palpar el riesgo que siempre consideras que está implícito pero que rara vez lo ves expuesto ante los ojos. Trataré de no pensar mucho en eso cuando viaje, por eso la gente se vuelve obsesiva.
Nos fuimos desde el sábado con motivo de la despedida de Omar y Rocío, el próximo mes parten hacia el otro lado del charco, ella estudiará su doctorado en el sur de Inglaterra, todos les deseamos de corazón que les vaya muy bien, estoy seguro que será una experiencia magnífica.
La noche del sábado transcurrió sin desavenencias, el aire se respiraba nostálgico y todo fluyó entre risas y sarcasmos. Nosotros nos quedamos en casa de Karla y Juan quienes amablemente cedieron parte de su espacio para que descansáramos. Ya entrada la tarde del domingo decidimos que era hora de regresar a la ciudad de la no tan eterna primavera ya que últimamente el clima ha estado enloquecido.
Nos trepamos en el coche, cristales arriba, seguros abajo y cinturones alrededor del cuerpo, todo sea en gracia de nuestra seguridad.
El viaje que siguió fue de lo más extraño que me ha tocado vivir. No bien habíamos salido de la colonia de Karla y Juan cuando un loco en una destartalada camioneta blanca nos rebasa pasando muy cerca y casi le pega a un coche rojo delante de nosotros, yo apreté los dientes, el conductor de la camioneta siguió sin aminorar la velocidad y metros más adelante derrapó en un cerro de tierra que por poco lo hace perder el control. Una patrulla lo ve y le da alcance para pedirle que se detenga, ambos autos de desvían por una lateral dejándonos con el corazón acelerado y los ojos bien abiertos. Ya no vimos en qué terminó el asunto.
Tomamos el periférico y nos subimos a la autopista, todo perfecto, camino despejado, carretera siglo XXI, vuelta hacia Cuautla, en fin, lo de siempre.
Faltaban poco kilómetros para llegar a Cuautla cuando repentinamente los autos delante de nosotros se detienen bruscamente, hubo quemones de llantas, por fortuna yo conservaba mi distancia en ese momento. Metros más adelante podía verse un taxi hecho pedacitos y un camión mediano volteado sobre su costado a la orilla de la carretera, al siguiente instante comenzaron a salir del camión volteado sus ocupantes todavía desconcertados por el impacto. El tráfico comenzó a avanzar y justo cuando pasábamos el conductor del taxi estaba a punto de ser linchado por los que recién se habían bajado del camión, al parecer la culpa fue del taxista. Con los nervios de punta por tanta tensión seguimos nuestro camino, a esas alturas ya literalmente con el trasero en conserva.
Antes de llegar al cañón de los lobos opté por rebasar a un camión que venía a baja velocidad, es una carretera con dos carriles para cada sentido, así que el rebase por la izquierda debía ser cosa de rutina. Así habría sido, de no ser porque al conductor del camión se le ocurrió “abrirse” hacia su izquierda sin fijarse. La consecuencia fue un tremendo susto, Gwendy brincó, yo frené y luego de sentir que ya la habría librado descargué un poco de tensión con el claxon.
Cruzamos cañón de los lobos sin problemas, tomamos el atajo por Jiutepec o Juitepec, como se llame, y salimos detrás de Lomas de Cuernavaca, de repente, un coche blanco más viejo que yo sale de una calle y de no ser porque nuevamente usé el claxon nos habría pegado. Bueno, pensé, ya estamos a punto de llegar.
Pues justo media cuadra antes del Tec rebaso a un coche destartalado y en el momento preciso en que comenzaba a sentirme ya dentro de la cochera escuchamos un ruido seco, disminuí la velocidad y al voltear hacia atrás: era el coche que acababa de rebasar subido en la banqueta.
Con tanto susto llegamos más cansados que de costumbre, un poco desvelados también por la fiesta, pero al día siguiente aún cargaba con el peso de tanta tensión, era una sensación extraña, todo pasó en el camino, fue como ver expuesta la fragilidad que implica el viajar en carretera. No me gustó la sensación, fue como palpar el riesgo que siempre consideras que está implícito pero que rara vez lo ves expuesto ante los ojos. Trataré de no pensar mucho en eso cuando viaje, por eso la gente se vuelve obsesiva.
1 Comments:
Sí, lo mejor sería que lo dejes pasar y lo olvides. Pero... ¿no crees que una limpia no estaría de más? Digo, pareciera como si trajeras un diablito en el toldo de tu carro y jodiera la existencia de los que pasaban a tu lado, ajenos de la presencia del ente jugetón... quien sabe... en una de esas... :D
By Anónimo, at 3:27 p.m.
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