Jugando a vivir

11/14/2006

Plácida y agradable compañía

Siempre he dicho que por muchas ocupaciones que se tengan, nunca se trata de que uno no tenga tiempo, esa es solo una excusa para justificar cuando no se ha querido usar el tiempo para hacer las cosas.
No podría explicar en este momento la razón por la que había perdido el entusiasmo, mejor motor que la disciplina, que me traía constantemente a este espacio, siempre con fines terapéuticos, exhibicionistas, pregoneros, criticones o por voluntad de cualquier otro de los múltiples personajes que viven en mi cabeza.
El miércoles pasado fue cumpleaños de mi madre, siempre es desagradable el no poder acompañarla en su cumpleaños debido al pequeño detalle de la distancia pero que se le va a hacer. Lo que hice fue escribir una carta para ella, comencé diciéndole que mi regalo serían un par de pensamientos y unas cuantas emociones, todo con la intención de que mi regalo favoreciera el conocernos mejor, al decir cosas que uno no siempre dice personalmente.
Ella saldría a pasear con mi papá a un rancho cercano a donde viven. Escuchar algo de música y cenar fueron sus planes, así que solo vería mi mensaje hasta que se le ocurriera abrir su correo electrónico lo cual ocurrió hasta el siguiente sábado.
No se que habré escrito, pero el sábado por la noche mi padre se alarmó al ver que mi mamá lloraba como una magdalena frente al monitor de la computadora. Es curioso y sé lo trillado que esto suena, pero en ocasiones asumimos que las personas que amamos lo saben con certeza aún cuando no se los hemos dicho. Mi madre se emocionó al saber mi sentir hacia ellos, mi eterna gratitud y el favorable impacto que tuvo en mi autoestima el que desde niño me hicieran sentir que era una persona digna de ser amada y respetada. De ahora en adelante cuidaré dejar siempre en claro mis sentimientos para no provocar sorpresivos anegamientos.
El fin de semana pasado estuve en Acapulco para impartir el módulo rupestre del consabido diplomado en proyectos de TI. Todo salió estupendo, incluso el viernes después de comer exquisitamente me topé con la sorpresa que Casa de Cultura quedaba a solo unas calles del hotel donde me hospedaba. Acto seguido consulté la cartelera y me dispuse a ver un buen intento de representación de Don Juan Tenorio por parte de quienes parecían alumnos de alguna escuela preparatoria, siempre con esa pasión que caracteriza al teatro estudiantil.
También me topé con la sorpresa de encontrarme con una librería en la que todos los libros tenían un 40% de descuento. Era el último día que abrirían y querían vender todo lo que fuera posible. Desgraciadamente la encontré ya muy tarde y ya no había variedad para escoger libremente. Ante imposibilidad de ignorar semejante ganga, me ajusté a lo que pude encontrar, quité algunos libros de superación personal del camino, otros de cocina y encontré uno que decía en la contraportada: “… aprendí a leer y mi soledad encontró compañía…”
“La señora de los sueños”, editorial alfaguara, de Sara Sefchovich, no se quien es y no quiero saberlo, prefiero leer el libro primero y luego preguntar por ella. Esa es una manía que tengo, cuando leo algo de un autor nuevo prefiero no saber quien es ni de que país, ni si es viejo o joven. La razón es que muchas veces la propia arrogancia nos lleva a elaborar prejuicios sobre “sus razones” y no les damos oportunidad de hablar por si mismos.
En fin, hoy comenzaré a ver si resulta un fiasco o si he descubierto algo más para agregar a la larga lista de las cosas que me agradan. Estoy de vuelta.