Jugando a vivir

1/12/2007

Había una vez...

En esta ocasión creo que sería por demás aburrida y prolongada la narración detallada de todo cuanto ha ocurrido desde la última vez que me asomé por estos terrenos. Dicho esto, creo que será mejor contarles un cuento infantil.
Había una vez, en un país cuyo nombre no alcanzo a recordar, un niño llamado Sergio, de tez blanca, un tanto cachetón y cuya edad no será revelada por temor a represalias. Corría el mes de diciembre y el fin del año parecía inminente, al menos para el 35% de la población como bien lo había visto en NatGeo el día anterior. Sucedió que nuestro amigo no tenía mucho que hacer así que para variar se metió a hurgar en un par de libros en busca, como siempre, de nuevos propósitos, primero conoció a Rodrigo, un personaje de "Psicólogos, psiquiatras y otros enfermos". Rodrigo le contó que era feliz, realmente feliz, hasta que conoció a algunos psicólogos y psiquiatras, quienes manosearon su mente y lo empujaron a plantearse cuestiones que jamás se le habrían ocurrido y que jamás debió formular. Gracias a eso, ahora es obsesivo, compulsivo, parafásico, y le tiene un colosal temor a la muerte, además entendió que la felicidad no solo es inalcanzable sino que no existe y según sus propias palabras habría preferido seguir viviendo engañado.
Días después y cuando Rodrigo se había ido ya, se encontró con "La señora de los sueños", fue difícil conversar con ella ya que es un ama de casa adulta y además está un poco disparatada. Ella le contó detalle a detalle de sus maravillosos viajes por los galápagos, medio oriente, la india y cuba. De la vida íntima de Darwin, Ghandi y Ernesto Guevara, de cómo los conoció sin salir de su casa siquiera y de las reacciones de su familia al considerarla una loca por sentarse a leer por la mañana en lugar de barrer, cocinar y planchar como una mujer "normal". Después de un rato, Sergio se asustó y huyo de ella, estaba un poco loca y alguien le había dicho que eso es contagioso.
Días después, Sergio salió con su amiga imaginaria a comprar algunos regalos, compró bolsas, cajas y demás triques, de repente, al dar vuelta a una esquina, se encontró con Cavazzoni, quien lo miraba fijamente desde un estante mientras empuñaba a sus "Escritores inútiles" en una mano, Sergio se acercó y el tipo comenzó a contarle todo tipo de rarezas asociadas a los escritores, le dijo en tono muy serio que cualquier aspirante a escritor debe entrenarse diaria y arduamente en los vicios que son siete por cierto. Le contó de escritores que viven con muñecas inflables, que tienen discípulos que son inflables también y otras tantas cosas más que por su corta edad, aún no alcanza a comprender por completo.
Sin siquiera notarlo llegó la segunda quincena de diciembre, acto seguido, nuestro no tan ilustre personaje voló a la hermana república de Martínez de la Torre a visitar a los tres chiflados restantes del cuarteto de cuatro: su familia. Los días transcurrieron entre sobremesas de dos horas, risas, chismes de nuevos cuernos y embarazos, guisados y una que otra seña obscena de su padre, en respuesta a las burlas por haber entrado al gimnasio un año antes de cumplir los sesenta. Se ocupó también de avanzar en los preparativos de una fiesta infantil que será en abril, una en la que un par de niños ingenuos toman la mano del otro con la misma fe con que un escritor se abraza a sus musas. Luego caminan juntos y tratan de sonreírse lo más a menudo posible, cuando no sonríen se acompañan y cuando están separados se hacen los valientes y no lloran.
Durante la visita, Sergio trató de ser diferente y de mantener contacto con sus amiguitos, esas personas a las que no importa cuanto tiempo pase siempre sabes que estarán ahí para ayudar o para escuchar. Un buen día, de esos en los que no llueve pero tampoco hace calor, recibió una llamada de un entrañable amigo que se fue a trabajar a Bronsville, Texas, le sonó extraño el nombre, preguntó y le dijeron que eso está en otro país, él se imagino que se trataría de algún lugar muy pero muy lejano, algo así como las uropas o los querétaros.
Los días pasaban y el treinta aniversario de sus padres llegó, todos se subieron en Chepino, un amigo imaginario de su hermana que camina con cuatro llantas y muy derechito. En tres horas todos estaban en Veracruz, con la brisa en la cara, la marimba en los oídos y una cerveza de a mentiritas en la mesa.
El día siguiente, asistió a un rito muy curioso en un pueblo al que los nativos llaman Tehuacán, nuestro amigo estaba ante una nueva y gran aventura. El juego se trataba de recolectar la mayor cantidad de fruta, de la más bonita, de diferentes colores, tamaños y sabores, para después ponerla en una canasta de mimbre y dársela en sus manos al padre de su amiga imaginaria con la intención de dejar en claro que de ahora en adelante sería él quien acapararía la sonrisa y los pensamientos de ella. Nuestro hasta entonces valiente y arrojado héroe estuvo a punto de salir corriendo momentos antes de tocar la puerta, pero alguien tuvo a bien interceptarlo y el ritual llegó a su feliz término sin sufrir el menor daño.
Ya de regreso a casa muchas cosas pasaron por la mente de imberbe, los nuevos retos personales, la necesidad de retomar el camino hacia sus metas, el gran valor de su familia, que lo acompaña incluso en sus locuras… nuestro amigo pensó, pensó y pensó y a Martínez de la Torre llegó.
El fin de año lo alcanzó por fin y aunque el tiempo había sido bien aprovechado, era inevitable regresar a Cuernavaca. Así que tomó sus maletas y se dispuso a ejercitar la dolorosa despedida una vez más. Los días en Cuernavaca transcurrieron felices ante en reencuentro con su amiga imaginaria, aunque a veces había que lavarle su carita porque de repente y sin razón se le pone de color gris.
Días después llegó un amigo suyo de Austria, lo cual debe estar seguramente en algún otro continente o planeta. Como siempre, fue un gusto saludarlo y reír un rato con sus ocurrencias. Todo había salido demasiado bien para Sergio así que la ley de probabilidad jugó su papel y repentinamente fue notificado del fallecimiento de la madre de uno de sus buenos amigos. Esas noticias siempre son amargas con un ligero sabor metálico, no había más que hacer que emprender el viaje para llegar de madrugada a ofrecer una mano o lo que hiciera falta para ayudar. De regreso Sergio pensó mucho en lo trágico y en lo efímero y se le ocurrieron muchos propósitos más.
Sin importar la ráfaga de propósitos, cuentas pendientes, saldos en contra y a favor, este año con seguridad tendrá mayor pelea y resistencia de su parte, al anterior año le fue muy fácil vencerle con su apatía y estancamiento, pero esta vez nuestro heroe tratará de seguir el camino de sus sueños que, en principio, no se sabe porqué abandonó.

3 Comments:

  • Regresando de la comida generalmente curioseo en lo que se disipa la soñolencia post-alimento. Y me encuentro con el "Había una vez...", lo leí despacito, lento, cada palabra, cada sílaba. Como lo dulce que se antoja como postre.

    Me dejó una sonrisa.

    By Anonymous Anónimo, at 3:25 p.m.  

  • Como que el cuento es medio surrealista, porque ha veces ¡el narrador se convierte en el niño Sergio! ¿La metamorfosis de Sergio? "Era una vez un narrador que se convirtió en su personaje..."

    Un abrazo viejo. Y suerte con la organización de tu fiesta infantil.

    By Blogger ceyusa, at 4:08 p.m.  

  • Jajaja, es verdad, la metamorfosis es evidente, no lo había leído y lo publiqué sin revisarlo, también es obvio lo atarantado que resulta el autor, menos mal que yo solo soy el personaje.

    By Blogger Sergio, at 7:25 p.m.  

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