Jugando a vivir

6/22/2006

Impera la actividad rupestre

Es bien sabido por todos el alto valor que tienen, en términos de aprendizaje, las experiencias profesionales vividas. Sin embargo, en muchas ocasiones no hacemos análisis alguno acerca de ellas, aprendemos lo obvio, lo que se ve inmediatamente, lo utilizamos y relegamos a las bodegas de la memoria el resto.

En la última semana, estuve preparando un curso del proceso unificado de desarrollo de Rational, agarré unos libros de papá Rumbaugh, del tío Jacobson y del primo Booch y me dispuse a elaborar un buen material con ejemplos, actividades, ideas; en resaltar aspectos teóricos que hicieran sentido en el mundo real de los proyectos de desarrollo.

Resulta que mientras leía, me vinieron a la mente todas las peripecias, enredos y dramas de mis tiempos de desarrollador y analista en Puebla. Aquellas negras y lluviosas tardes en que me tocaba ir a recolectar requerimientos sin mucha idea de la dificultad que aquello implicaba. Les di forma a muchas de las experiencias amargas y establecí la relación con lo propuesto por RUP, consulté muchas de las buenas prácticas y de las recomendaciones de gente del medio y me di cuenta de lo feliz que hubiera sido mi existencia en aquel entonces si hubiera sospechado lo que ahora se. Ese fue el hilo conductor del curso y al parecer resultó del agrado de la audiencia. Debo confesar que estaba preocupado, me sentía con la responsabilidad de llenar las expectativas que Gwendy había sembrado sobre la calidad de mi exposición. Afortunadamente todo salió muy bien.

Fueron tres días de curso, a la peor hora del día: las 4 de la tarde, justo cuando el estómago comienza su diaria y rutinaria labor. El curso llegó a feliz término ayer y deberé prepararme aún mejor para los siguientes. De una cosa me di cuenta, me gustan mucho este tipo de cursos, sobre todo sobre temas tan ricos en polémica como el proceso de desarrollo de software, salen a la luz aspectos como los procesos de negocio, recolección de requerimientos, uso de patrones arquitectónicos, reutilización de componentes, conjuntos de prueba, gestión del proyecto. En resumen me divertí bastante y me sirvió para poner en orden muchas de las ideas que ya estaban en mi cabeza.

Dada la abundancia de las actividades rupestres no he leído mucho, no le dibujado y no he escrito. Que “mala pata” que a veces no de tiempo de hacer todo, pero hay que poner manos a la obra. Lo que resta de la semana lo dedicaré a la lectura del libro que compré hace varios días y que ni siquiera he abierto: “Arráncame la vida” de Ángeles Mastretta, en alguna ocasión leí a sus “Mujeres de ojos grandes” y me encantaron, hace poco, por mera casualidad la escuché en una entrevista con Cristina Pacheco en el canal once y me abordó la curiosidad por leer su trabajo más popular, así que en cuanto lo encontré me decidí a comprarlo, tuve que adquirir una versión económica ya que la presentación de lujo con pasta dura estaba muy cara, eso no me agradó. La versión de lujo era la única que se podía encontrar en cualquier lugar, Creo que ha sido un libro muy vendido y me parece un gesto de gran avaricia por parte de la editorial elevar tanto su precio.

En general puedo decir que mi ánimo ha sido renovado, el cambio de actividad y las exigencias propias del curso han significado un gran aprendizaje para mi y eso siempre es bueno.

Recomendación del día: Escuchen algún poema de Jaime Sabines (click aqui)



6/09/2006

De pasiones futboleras

Son épocas mundialistas y el fútbol se respira en todos lados, la mercadotecnia ha convertido un simple deporte en uno de los negocios más lucrativos. La gente compra hoy día todo lo que tenga forma o parezca balón. Pero olvidémonos de las altas esferas del balompié, de los millonarios eventos y de los reflectores. Hoy quiero referirme al fútbol que se tiene en casa, al que se vive en la intimidad del hogar, y es que todos tenemos un familiar ó persona cercana a quien le guste el fútbol. Que digo gustarle, respira, come y sueña fútbol.
Desde que yo tengo memoria he visto rodar un balón, mi padre que es aficionado de hueso colorado y mi tío Felix hicieron todo lo posible porque su humilde “servilleta”(o sea yo) se convirtiera en un buen jugador del deporte más popular del mundo. Desafortunadamente para ellos el fútbol no estaba destinado para mí.
A los 2 años tuve mi primera playera con el logo de un equipo de fútbol y la llene completamente de lodo, por supuesto se echó a perder en menos de lo que canta un gallo. A los 3 años me compraron mis primeros tacos (calzado para fútbol), los cuales terminé usando solamente un día ya que se me formaron unas ampollas de miedo y no me quedaron ganas de volver a ponérmelos. A los 7 ya tenía equipo favorito, que otra cosa me quedaba, había que antagonizar con mi padre, así que le cayó la peor de las maldiciones que pueden caerle a un cruz-azulino: el hijo le salió americanista. A los 8 me enrolaron en un equipo de la liga infantil de mi rancho, ya no recuerdo ni cuanto tiempo entrené ni como se llamaba el equipo, pero recuerdo que casi nunca me metían en los partidos, era yo muy maleta, lo reconozco, solamente me metieron dos veces, supongo que por necesidad, en una de ellas me llegó el balón de rebote por obra de quien esté allá arriba y sin pensarlo le pegué con todas mis fuerzas al mismo tiempo que cerraba los ojos; fue el único gol que metí en mi corta vida futbolera, y debo reconocer que fue una sensación infantil maravillosa. La segunda vez que el entrenador me metió al campo me puso de portero, ¡craso error!, a la primera pelota que me lanzaron… gooooool… pero del equipo contrario. Ya al terminar la primaria mi padre como que se rindió y se resignó a no tener un hijo futbolero, soy su único varón así que eso debe haber representado una gran desilusión para mi buen viejo. Ya en libertad, pude salir del closet (deportivamente hablando) y encaminarme por el deporte que más me gustaba: el voleibol. “Un deporte donde no hay contacto es un deporte de niñas” me increpaban, pero como dicen: a palabras necias, corazón que no siente, o algo así.
Jugué voleibol por varios años y viví enormes alegrías entre las que recuerdo un campeonato de la preparatoria que gané con mis amigos en 1995.
Hoy día puedo decir que si me gusta ver el fútbol, como mero entretenimiento, de vez en cuando y si no hay otra cosa mejor que hacer. Cuando voy al rancho me encanta sentarme con mi papá a ver uno que otro partido “chafita” del fútbol mexicano, siempre deseando que no se le vaya a reventar el hígado de tanto coraje que hace. Pensándolo bien, creo que la razón más importante por la que me gusta el fútbol es porque sé muy bien cuanto lo disfruta él.

6/07/2006

Mmmhhh ... no llegó

Y no es que hubiera creído que de verdad estaba por llegar el fin del mundo, pero algo en el resquicio más morboso de mi inconsciente esperaba que algunos eventos sucedieran, aunque fuera por coincidencia. Quizá solo para reírme de la confrontación moral que tendrían que hacer con su conciencia aquellos que hicieron tan descomunal aseveración. Es casi condición humana el firmar con tinta de sangre sobre aquello que creemos jamás sucederá y luego cuando tenemos frente a nosotros al demonio resulta que no era tan firme la convicción.

A este respecto me viene a la mente un intento de cuento que escribí hace ya muchos años, cuando estaba en la preparatoria. En él, un novel sacerdote llamado Mario mantiene una enriquecedora plática con un sobreviviente de la segunda guerra mundial de nombre Víctor. El sacerdote llega a la celda de Víctor por encargo de su mentor, quien insiste en que la verdadera preparación comienza cuando el sacerdote enfrenta “su realidad” con la multitud de realidades que rondan fuera de la iglesia. A punto de ser ejecutado, Víctor se despoja de toda armadura social y moral, en un arranque de total descaro cuestiona su joven interlocutor acerca de aspectos trascendentales de la vida, la huella que ha dejado, las ingratas causas a las que ha servido, sus miedos más profundos.

Al principio Mario no sabe que hacer, el ex-soldado alemán a punto de morir no tiene la mínima intención de perder las 7 horas de vida que le restan en lloriqueos y arrepentimientos. Está ávido de respuestas, y sobre todo dispuesto a encontrar en el recuento de su vida cualquier indicio que lo lleve a pensar que ésta no ha sido en vano. Víctor relata de manera cruda y desvergonzada todos los pactos de sangre que le dieron cauce a su existencia. Desde su incursión en una banda de adolescentes ladrones y violadores, a quienes finalmente traicionó a cambio de su propia vida, pasando por un juramento de adoración eterna a un líder religioso que terminó con el suicidio colectivo de la mayoría de sus condiscípulos, terminando con las razones que lo llevaron hasta una trinchera en el frente del ejército alemán.

“Toda mi vida he caminado con la muerte acechando sobre mi hombro, mañana al amanecer por fin conoceré en persona a mi vieja amiga”.

Durante el transcurso de la noche, Mario se contagia del tormento que observa en los ojos de Víctor y descubre el martirio propio en su interior. Se despoja un momento del halo celestial que lo enviste y se muestra hombre, sensible, curioso, crítico.

El inaplazable fin, nos arroja al vacío de la incertidumbre acerca de lo que nos espera. La muerte inminente es el mejor acicate para la mente que ha permanecido dormida evitando profundos cuestionamientos. No sirve de nada permanecer aferrado a una fe solo por el bálsamo de redención que ofrece. Al final del camino, en el último instante de la vida uno se queda solo con las armas que ha construido por propia mano.