Jugando a vivir

4/21/2006

Regalar un libro es como regalar ropa

Imagina en principio, que eres padre de tres hijos, y que un buen día mueren los tres de un solo golpe, sin aviso previo, arrancados súbitamente de la existencia.
Fue el 23 de abril de 1616 que el mundo literario sufrió semejante pérdida: Cervantes, Shakespeare y Gracilazo de la Vega partieron con rumbo desconocido no sin antes dejar al resto de los mortales su valioso legado. Debo confesar, no sin pena, que desconocía completamente este dato, que aunque no es más que una coincidencia, resulta todo un símbolo para el mundo de las letras. Se podría decir que “de golpe y porrazo” la humanidad perdió a tres de sus hijos predilectos.
La iluminación no divina, me llegó mientras veía el noticiero de Víctor Trujillo por la mañana. En entrevista con María Luisa Armendáriz se anunciaba el festival de la palabra 2006 del 22 al 30 de Abril en el DF. La plática giró en torno a la necesidad de un aumento en la calidad y cantidad de lo que la gente lee, en fin, lo de siempre. Entre la palabrería y mientras comía un platón de avena, hubo una frase que llamó poderosamente mi atención: “no les estamos pidiendo que lean, solamente que inculquen el hábito en sus hijos”, es la segunda vez que la escucho decirlo, anteriormente en un programa dominical matutino de Pablo Boullosa había hecho patente su hipótesis y la consecuente estrategia: “los adultos que no leen, ya no lo harán, es hora de pensar en los niños”.
Pensándolo un poco me parece una peligrosa osadía abandonar a su suerte a los millones de adultos que no leen, según mis fugaces elucubraciones las personas que no leen no son por ese solo hecho candidatas al depósito de cascajo.
Según mi teoría, un buen observador que además conozca de tiempo atrás a una persona puede imaginar que tipo de lectura sería capaz de entretenerle. El entretenimiento, así de vulgar y simple es el anzuelo para que las personas de acerquen a los libros, la curiosidad se hará presente después, gradualmente el lector ira probando otras cosas casi por condición humana. Pero si de entrada los primeros libros no le entretienen o no le son accesibles lo único que reinará será el desánimo y el desencanto. Comprarle un libro a una persona es como comprarle ropa, si, es extremadamente difícil. Piensa en los personajes a los que admira, en los programas televisivos que ve, en las películas que disfruta y seguramente encontraras un buen libro, que será bueno no por haber vendido millones de copias ni porque así lo manden los cánones sino porque será bueno para la persona específica que lo recibe. Ahora que lo pienso, seguramente eso fue lo que hizo mi hermana cuando un bendito día le llevo como regalo a mi padre la novela “El padrino” de Mario Puzo. Lo observó, pensó en sus gustos, en su pasado, en las películas que ve y provocó que un hombre reacio a la lectura terminara absorto en un libraco de 500 hojas. No se trata solamente de: “cómprale un libro cortito”, “uno que tenga dibujitos” o “uno que no tenga palabra rebuscadas”. Se trata de identificar algo que lo emocione y entretenga, lo demás vendrá por añadidura.
Ahora entiendo la razón por la que hace algunos años, mi madre me dijo: “no me gustó” cuando le pregunté por la lectura de “El perfume” de Süskind. Libro que yo inconscientemente le había regalado semanas antes, ¡bruto de mi! no pensé detenidamente en sus gustos.
¿A que viene todo esto? pues a que así como corren a comprar flores el 10 de Mayo y 14 de Febrero, este 23 de abril, corran a comprar un libro, para una persona a la que conozcan, a la que amen y a la que quieran entretener.
¿Y los niños?, vaya cosa, los niños no son tan difíciles como los adultos, ellos solo necesitan ver a las personas que los rodean leyendo para hacerlo por imitación, luego por entretenimiento y al final por gusto.

4/17/2006

Acompañado

Una semana sin tocar el teclado de una computadora es en exceso reconfortante. Y es que si bien pueden decirse muchas cosas buenas de estas marañas de circuitos, a veces es bueno separarse de ellas, aunque sea por un rato.
La semana pasada estuve en la multicitada localidad de Martínez de la Torre. Unas pequeñas vacaciones después de algunos meses para reconfortar el espíritu y continuar con el ánimo renovado. Como siempre sucede, el estar con mi familia me resulta placentero de una manera muy particular, me relaja en extremo, el ambiente carece de tensiones y el objetivo es meramente disfrutar de la convivencia, las ocurrencias de mi papá, la comida de mi mamá y las anécdotas de mi hermana.
En mis ratos de ocio, fui leyendo un libro que llevaba mi hermana para si misma: Mujeres de Ojos Grandes de Ángeles Mastretta, el libro contiene una serie de relatos que con ironía y un humor muy fino reflejan el choque de la mujer contra las exigencias de una vida más allá del seno familiar. Las historias cobran vida en el contexto de una sociedad poblana que poco espacio dejaba para su desarrollo como personas. Un libro muy recomendable y de fácil lectura. Cuando terminas de leer el libro lo que parece increíble es que muchas lápidas puestas sobre los hombros las mujeres de aquellas épocas continúan hoy día siendo cargadas por las mujeres modernas. Son de diferente color y forma, pero lápidas al fin. Y más interesante aún resulta la hipótesis de que muchas de esa lápidas son puestas en la espalda de las mujeres por ellas mismas.
En relación a este libro, recuerdo un momento muy agradable: el jueves después de comer, mis padres se atrincheraron en su recámara a leer un par de novelas policíacas que los tienen presos, mi hermana se sentó afuera de la casa a leer una buena revista y yo me aplasté en la sala con mis mujeres de ojos grandes en las manos. Podía verlos a los tres a través de algún reflejo o por la ventana y fue curioso ya que a pesar de estar solo en la sala, por un momento me sentí muy acompañado y con una agradable sensación de paz.
Al siguiente instante pensé en pepe grillo y todo se fué al caño, la extrañé mucho.
La semana terminó con una ida al billar donde quedó de manifiesto que mi papá no había jugado en 20 años y que mi hermana está aprendiendo. No es que yo sea un experto, pero en tierra de ciegos…
En una más de las coincidencias de la vida resultó que la mujer que atendía el changarro había sido alumna de mi mamá hace más de 25 años, me conoció cuando era solo un pañaludo. Al salir nos provocó mucha risa el que ella pensara que mi papá nos había llevado al billar cuando en realidad, fue exactamente al revés.Una vez realizado el ritual del blog, tendré que ponerme a trabajar, espero lograr hacer algo ya que mis dos neuronas siguen sin hablarse.

4/07/2006

Ya somos tres

El nuevo integrante de la familia se llama Howards, es un pez Beta de color rojo con azul y en estos momentos está adaptándose a su nuevo entorno, al mismo tiempo que me maldice. Déjenme explicarles el porqué: La idea era que Howards fuera una sorpresa para pepe grillo, quien había manifestado el deseo de tener un pez, lo encontré luego de recorrer la mitad de las peceras de Cuernavaca aprovechando que pepe grillo había salido de la ciudad por cuestiones de trabajo. Por supuesto, tenía que cumplir con ciertas características: pez Beta, color rojo con azul, amigable, sano, fuerte y simpático; fue una ardua pero interesante labor ya que tuve la oportunidad de conocer muchos tipos y variedades de peces. Finalmente lo ubiqué en una tienda donde amablemente la encargada me instruyó en todo lo que se refiere al cuidado de este tipo de peces. Alimentación, agua, temperatura, iluminación, reproducción, estados de ánimo, estimulación, inteligencia, conforme avanzaba la lista mi cara de estupefacción se hacía manifiesta por lo que la encargada añadió al final: “pero es un pececito muy saludable y resistente, además mire que bonito”. Me mostró la bolsa en la que lo había puesto y solo pude ver su cara muy seria que me miraba fijamente mientras inflaba y desinflaba sus cachetes, tenía una expresión de: “a donde me vas a llevar hijo de…”. Desde ese momento Howards adquirió una personalidad propia, además de ser inquieto y obstinado como su madre (jeje). En fin, cambiando de tema, ya entrada la noche, cometí la burrada de subirlo al coche, era hora de ir por su madre quien llegaría procedente del defectuoso en autobús después de un lago día de trabajo. La intención era ir a recibirla y que conociera a Howards, seguramente eso le alegraría el día. El problema fue que a Howards no le hizo mucha gracia el paseo, la bolsa se sacudía y el agua en su interior no lo dejaba estar en santa paz. Yo estaba preocupado, así que en un semáforo, levanté la bolsa a la altura de mi cara y nuevamente, ahí estaba, mirándome fijamente con la misma expresión de la primera vez, pero en esta ocasión más enojado. Como podrán darse cuenta nuestra relación padre-hijo no iba precisamente “viento en popa”. El viaje terminó y una vez en manos de pepe grillo Howards se relajó un poco. Ya en casa fue una odisea meterlo a su pecera, no se dejaba, como buen pez es muy escurridizo. Una vez dentro recibió su primera ración de comida, a la que por cierto han seguido varias raciones, aquí entre nos, come bastante para ser un pez del tamaño de un dedo. Nos sentamos a observarlo y fue en ese momento cuando salió a flote mi conciencia: “¿sabrá que se encuentra recluido?, ¿se sentirá triste?, ¿sentirá?, ¿estoy siendo cruel?”. No conozco ni de cerca, las respuestas a esas preguntas, por lo pronto y debido a mi genial idea de comprarlo, seré yo el encargado de darle de comer. Trataré de vez en cuando de meter mi dedo en la pecera y jugar con él. Dice pepe grillo que cuando te toman confianza se tallan contra tus dedos como si fueran cachorritos. Solo espero que Howards se sienta querido y apreciado, eso si, es muy hermoso, en eso también se parece a su madre.

Me enteré de lo siguiente:
El pez beta es originario de Tailandia, Malasia e India.
Posee Branquias, sin embargo normalmente no toma oxígeno del agua donde vive, toma oxígeno de la superficie a través de un órgano llamado laberinto.
No soporta la presencia de otro macho, pelean hasta que uno muere.
En sus países de origen se usan para peleas donde hay apuestas y todo.
Se ha observado que muerden las colas de colores de peces de otras especies
Viven en promedio 2 años.

4/05/2006

¿Ayuda?, ¡claro!

Esto sucedió ayer por ahí de las 9:00 de la mañana.

Era muy temprano aún y ya me encontraba aplastado en una silla en el laboratorio, recién desempacado de mi cama y apenas tomando conciencia, echando un volado para decidir entre calificar tareas de programación o continuar trabajando con lo de un artículo. La primera opción no me emocionaba sobremanera pero era algo que tenía que hacerse.
De repente, apareció la chica que se encarga de hacer el aseo del laboratorio, le acaban de asignar este lugar hace unas cuantas semanas y poco a poco ha ido removiendo, capa por capa, el polvo acumulado desde la era de los discos de 5 ¼. Siempre trabaja con buena disposición y eso es algo que por supuesto se le agradece.
Me comentó que esta estudiando la preparatoria abierta al mismo tiempo que trabaja, y que tenía un par de problemas con su tarea, cosas muy sencillas, “seguro para ti son problemitas tontos”, me dijo. Siempre me ve dando asesoría a alumnos, así que se animó y me pidió que le dedicara un par de minutos. Sin arrogancia, pero si con toda la seguridad del mundo le pregunté: “¿cuál es tu problema?”. Trabajosamente sacó una hoja de papel arrugado de su bolsa y mientras vigilaba que nadie la viera fuera de sus labores habituales me explicó el motivo de su dolor de cabeza. Resultó que necesitaba tres cosas: definir que es un número mixto, que es una fracción impropia y explicar un método para pasar de una representación a otra.
Enseguida levantó la mirada, como esperando que las sabias palabras de un maestro en ciencias (¡JA!) le indicaran el camino a seguir, la luz, el método, la verdad. Mientras tanto, mi cabeza trabajaba a mil por hora, buscando, escarbando en los cajones más recónditos de la memoria, intentando recordar que carajo es una fracción impropia.
Entiendo cuando Blanca me habla de reglas, medio entiendo cuando Alberto me habla de modelos probabilistas, casi entiendo cuando Víctor me habla de filtros de partículas (creo), pero fracciones impropias no me sonaba.
El silencio se hizo eterno y por más que me concentré, nunca bajó dios a susurrarme la respuesta al oído. Ni modo, tuve que poner cara de “ejem, este, bueno, mira, una fracción impropia es… bueno, es como… así como cuando…”. Eso si, tampoco me gusta la farsa ni se trataba de poner en práctica el verbo cantinflear. Así que a riesgo de romper con su falsa ilusión de que entre mayor sea el grado más sabes, le enseñé lo fácil que es averiguar conceptos como ese en la red. Incluso encontramos unos dibujitos muy ilustrativos que disiparon todas sus dudas. Cuando ella se fue, no pude evitar reírme de mi mismo y de mi desatino. Nunca me he sentido más alto ni más fuerte que los demás (ni siquiera cuando como zucaritas) pero esto es un pequeño recordatorio acerca de dos cosas: la primera es que no importa cuanto estudies, siempre habrá gente preguntona que ponga en evidencia tu Alzheimer y no hay porque apanicarse, la segunda es que lo único que vale la pena aprender de memoria es el propio nombre y la dirección. Digo, por aquello de que hay algunos que de repente despiertan sin saber donde están y dicen: “¿Qué?, ¿A dónde me llevas?” cuando en realidad ya los traen de regreso (el que entendió, entendió).

4/04/2006

Coincidencias

El viernes pasado fue un día de coincidencias. Todo comenzó cuando el buen Héctor se hizo presente nuevamente por estos rumbos. El laboratorio fue literalmente su casa durante varios años así que nada le resultó fuera de lo común: una computadora a la que no le funciona la red, otra a la que si le sirve, pero que no tiene usb, una tercera que no enciende, en fin. El día transcurrió con más pena que gloria y para no hacer largo el cuento terminamos instalándole Ubuntu a una portátil Compaq Armada que a pesar de ser un vejestorio, ha sacado del apuro a más de uno. Más tarde, hizo su aparición Blanca, con quien yo había acordado reunirme para trabajar con algunas cosas que finalmente no hicimos, fue en ese momento cuando esto comenzó a parecer una broma del azar, la plática se hizo amena y pasamos un buen momento. Para completar el cuadro, unos 30 minutos después llegó el Dr. Morales, quien al llegar no pudo más que poner cara de: “¿y todos ustedes que hacen aquí?”. Por supuesto, dadas las actuales condiciones del laboratorio, para mi resultó muy agradable ver tantas caras conocidas de gente a la que aprecio.